Hagamos un experimento: te pedimos que imagines un animal silvestre que te guste en particular. Ya está? Bien; ahora te invitamos, -con las disculpas del caso-, a construir esta pesadilla: que lo cazas con una red, lo atas (bien atado), y, cual si fueras un mago, lo hipnotizas; lo vistes con apretadas ropas, y lo sometes por años a recorrer calles ruidosas y malolientes, subiendo y bajando en ascensores, viajando en hacinados compartimientos... Le exiges que corra durante 12 horas diarias, sin resuello... Le das a comer cosas que le corroen el estómago, y luego lo desprecias por estar fofo y gordo... entonces lo privas de alimento... para después atosigarlo otra vez de comida plástica... Al paso del tiempo comienzas a sentir vergüenza de él y lo escondes ante los demás, pues se está poniendo viejo: lo untas, lo fajas, lo cortajeas "estéticamente"... BASTA: ¡despiertas de la pesadilla! Fea, ¿verdad? Pero... ¿es irreal? Ojalá que en tu caso sí...
NO SOMOS NUESTRO CUERPO, pero vivimos en un animal. Un animal hospitalario que nos alberga toda la vida. Aunque sucede algo extraño: la mayoría de las personas trata mejor a sus mascotas que a su propio cuerpo. Veamos esto: algunas instituciones protectoras de animales proponen que deje de enunciarse "Soy el dueño de mi perro (o de mi gato)", pues nadie puede ser "dueño" de un animal. No son COSAS: ellos son dueños de sí mismos! En cambio, sí autodenominarnos sus cuidadores: quienes velamos para que tengan la mejor vida posible. Del mismo modo podemos ser cuidadores de este cuerpo que nos fue dado, respetándolo, ofreciéndole lo que le sea sano, y queriéndolo tal cual es. Si aspiramos a tener un buen vínculo con nosotros mismos, el modo en que nos relacionamos con nuestro cuerpo precisa ser revisado, hasta llegar a percibirlo con AMISTAD, TERNURA y GRATITUD; como le llamó Benedetti: "Hermano Cuerpo".
Una antigua visualización taoísta sugiere acariciar con la mente cada órgano, impregnándolo de afecto, como quien felicita a sus obreros por hacer que la empresa produzca aún bajo altas presiones. Así podemos percibir, inclusive, que cada órgano, cada célula, es un animalito en sí mismo: animalitos sumamente inteligentes, que cumplen su tarea tan bien como pueden las 24 horas del día, y que comprenden, -aún mejor que nosotros-, la necesidad de trabajar en comunidad, cada uno para el bien de todos. Es justo que les reconozcamos su tarea diaria de tantos años!... Decirle a cada uno, y al cuerpo todo, con compasión y cariño: "Gracias!". Y quizás también pedirles PERDÓN, por el rechazo, el maltrato, la sobre-exigencia y, particularmente, por nuestra ignorancia.
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