Carmen María Ramos para LA NACION
Colaboracion: Lucrecia Lucero
Alfredo Lichter dice que está un poco desencantado: "En 30 años, el movimiento ambientalista no ha logrado cambiar formas de vida ni llegar a la gente. Todavía no tomamos en serio el medio ambiente. Se lo considera un tema de expertos. Pero si la sociedad no incorpora una cultura de protección, los problemas lejanos se terminarán convirtiendo en próximos muy pronto".
Es indispensable encontrarle un lugar a la naturaleza en el mundo del hombre.
-Somos un país con un importante litoral marítimo que vive a espaldas del mar. ¿A qué se debe?
-La Argentina tomó forma con la mirada puesta en la pampa. Como sociedad, no nos hemos decidido aún a salir al encuentro del mar. La enorme extensión casi recta del Mar Argentino, con pocas islas, falto de accidentes, parece más una invitación a la fuga que al encuentro. El mar Mediterráneo, por ejemplo, presenta una realidad bien diferente, de círculo cerrado, de vecinos cercanos. La geografía les ha otorgado a los europeos la ventaja de la proximidad.
-¿En qué se basó el éxito del proyecto de conservación de la ballena franca austral, en el que usted trabajó varios años?
-La principal razón de la recuperación de la casi extinta ballena franca fue que los balleneros dejaron de cazarla. Y no porque comprendieran el verdadero valor de las ballenas, sino porque eran tan pocas que no les resultaba económicamente redituable salir a buscarlas. Más allá de esto, es cierto que en los últimos 25 años se ha luchado para evitar que las ballenas francas vuelvan a estar en la mira de los cazadores, como aún lo están algunas especies de ballenas. Pero hoy las amenazas están disimuladas bajo otras formas: la contaminación del mar, la explotación de sus áreas de alimentación, la alteración de las áreas de cría. No podemos darnos por satisfechos.
-Deforestación, cambio climático, extinción de especies, contaminación ambiental... ¿Por dónde empezaría a trabajar?
-Sin duda, empezaría por el hombre, favoreciendo e impulsando un profundo cambio cultural. Los especialistas trabajan con las amenazas y sus consecuencias, pero será a partir de que todos veamos a la naturaleza como parte de nosotros mismos que llegará el verdadero cambio y, con él, un futuro más promisorio. En un terreno más cotidiano, hay que exigirles a nuestros legisladores que se ocupen del tema, interactuar con las ONG, reclamarles a los dirigentes políticos? Y, por supuesto, incorporar la educación ambiental en los planes de estudio de docentes y alumnos.
-¿Qué papel cumplen las ONG como Ecocentro, que usted fundó y dirige?
-Las ONG deben ser movimientos de conciencia, promotoras del cambio. La Fundación Ecocentro, constituida en Puerto Madryn, es una voz que propone un profundo cambio cultural, en el que la educación, la poesía, la música, la ciencia, la literatura y el arte abren la puerta hacia lo físico y hacia lo metafísico que tiene el mar. No somos un centro informativo o de entretenimiento. Queremos contribuir a refundar la visión que se tiene de la naturaleza. Honrar la naturaleza en una época de exterminio, reconciliando al hombre con el mar.
-¿Cómo evaluaría más de tres décadas de movimientos ambientalistas en el país?
-Yo siento un cierto desencanto. Todavía no tomamos en serio el medio ambiente. Lamentablemente, el movimiento ambientalista en todos estos años no logró cambiar modos de vida, llegar a la gente. Sólo se consiguen acciones individuales, pero no alcanza. Los problemas lejanos se terminarán convirtiendo en próximos muy pronto. Si no se planifica, los recursos se van a acabar pronto.
-¿Cómo estamos en materia de política medioambiental?
-Nuestro país no se ha destacado por tener una gran performance en materia ambiental. No ha sido ni es prioridad en la agenda política pública, pero tampoco lo es en materia de educación, ni en la mayoría de los medios de comunicación ni en el sector privado. En un país dominado desde hace décadas por una seria crisis, los temas ambientales no son vistos como cuestiones relevantes. Y esto no está atado a las políticas desarrolladas por los últimos gobiernos. Los problemas todavía nos parecen lejanos y sólo ante un evento natural violento se reacciona. Mientras no se establezca una política de Estado que fije paradigmas alternativos a los que hoy proponen que la Tierra y la vida son objetos de dominio, los problemas no encontrarán solución. No se trata de abandonar las relaciones de trabajo y producción con la naturaleza, pero sí de entender que ella no debe ser materia pasiva de posesión y explotación.
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