Éste es el análisis de una europea y un americano con una problemática en común…y un océano que nos separa…
Mag. Sandra Schopf (Austria) -- Gerente de schopf translation services
Ex-Presidente del grupo de trabajo sobre asuntos sociales de la ISWA
Hace 25 años fue invitado a presentar en una conferencia sobre el manejo de residuos en Buenos Aires, donde conocí a Carlos
Micilio, un experto argentino en la consultoría medioambiental con muchos años de experiencia. Desde ahí, hemos seguido en contacto y colaborando. En esta ocasión también visité la ciudad de Montevideo, Uruguay, donde me topé con un libro del autor uruguayo Eduardo Galeano con el titulo prometedor “Patas Arriba – La escuela del mundo al revés”. En su resumen el autor nos dice: “Hace ciento treinta anos, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.” Este mundo al revés es “el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies. “O dicho en las palabras del novelista chileno Roberto Bolaño: “Es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos.”
Con sus aclaraciones, dichos autores hubieran podido colocarse también en cualquier país europeo. Y la pandemia de COVID-19,
con todas sus reverberaciones económicas, sociales y personales, nos ha aclarado en una manera global que no somos tan invencibles como hubiéramos pensado (aunque algunos siguen creerlo).
La raza humana está atrapada en una polémica eterna: entre el deseo de seguridad y así no aceptando el cambio, y el deseo de
ampliar sus horizontes, empujando los límites, impulsados por la curiosidad. Todos somos Adán y Eva, queriendo probar la fruta prohibida del árbol del conocimiento, pero no dispuestos a abandonar nuestro paraíso tan cómodo. No creemos en Dios, pero lo culpamos por nuestros propios delitos. Queremos libertad e independencia, pero esperamos que otros rectifiquen las consecuencias de nuestras acciones. Siempre estamos en busca del crecimiento. Pero el crecimiento incesante nos hace perder el control. Así que necesitamos a las autoridades, a esos líderes poderosos, para que resuelvan nuestros conflictos y solucionen nuestros problemas. Al fin y al cabo, somos contribuyentes que les pagamos impuestos, para que arreglen las cosas por nosotros, ¿verdad? ¿Por qué entonces deberíamos recoger la basura que tiramos? ¿Por qué discutir con alborotadores cuando podemos contratar a nuestro abogado para pelearse con ellos? Hemos visto a turistas que, en medio de la pandemia de COVID-19, insistieron en quedarse en su residencia de vacaciones en el extranjero, y luego esperaron que sus gobiernos los llevaran de regreso a sus casas de manera segura. Hemos visto a montañeros que no prestaron atención a las advertencias de avalancha, y luego esperaron que los escuadrones de emergencia los rescataran. Hemos visto a cuidadores de perros que traspasaron las propiedades de la granja y demandaron al granjero cuando una vaca los atacó.
Vemos al consumidor cotidiano, el peor productor final de todos los desechos globales, que compra alimentos envasados en
plástico, pero no asumirá ninguna responsabilidad de la basura que el mismo produce y que está llenando nuestros ríos y océanos.
Sin embargo, cuanto más delegamos nuestras responsabilidades a una autoridad externa que no podemos controlar, más
perdemos contacto con nuestra propia naturaleza como seres humanos, y nuestra dignidad. Recuerdo aquel caso hilarante de una madre que decidió llevar al consejo forestal al tribunal porque su hijo había tocado una serpiente salvaje en el bosque que le había mordido.
También debemos reconocer que hay dos emociones poderosas, la envidia y el miedo, que, impulsadas por las redes sociales,
harán o romperán nuestro trato con el mundo y nuestra adhesión a los valores sociales y morales. Sea el cambio climático, la contaminación ambiental o la pandemia de COVID-19 - la forma en que tratamos estas tendencias devastadoras a nivel mundial depende vitalmente de esas emociones.
La envidia te hace comprar un coche nuevo que no necesitas solo para no tener peor coche que tu vecino; the hace elegir una
playa exclusiva para tus vacaciones porque tu amiga ha pasado las suyas en las Maldivas. La envidia también tiene que ver con el “fenómeno del polizón”. Es cuando todos comparten un recurso público, pero algunos se niegan a hacer su contribución. O sea, cuando aceptamos un inconveniente individual para el beneficio de la comunidad en general solo si es compartido por todos. Al terminarse el primer confinamiento por COVID-19 en Austria, como también en otros países, y se derribaron las primeras mascarillas, también disminuyeron el sentido de comunidad y el sentido común de la gente. Y las tasas de infección comenzaron a aumentar de nuevo. Solo a través de la otra emoción, el miedo, logramos volver a encarrilar el cumplimiento público. La amenaza que aparentemente había desaparecido se volvió visible, y el miedo resurgió.
A menudo leo sobre nuestro planificado regreso a "la vieja normalidad" en los diarios. ¿Es que realmente necesitamos volver a
nuestros "viejos hábitos"? ¿Es tan difícil aceptar el cambio incluso si no conocemos el resultado? Vivimos en un mundo que valora la comodidad sobre el desafío. Solemos ver el cambio como desafío, pero también puede ser oportunidad. Somos seres
humanos quienes no pueden crecer sin abrazar el cambio. No podemos crecer en un estado de complacencia. Necesitamos ampliar los límites de nuestras zonas de confort individualmente definidas. La única forma de avanzar como sujetos sociales es sentirnos cómodos con la incomodidad y aprender a abrazar el progreso social con la misma franqueza con la que hemos abrazado el progreso económico y tecnológico. Es la única forma de sobrevivir - con dignidad.
Carlos Micilio (Argentina) -- Congresista y Consultor internacional especializado en residuos sólidos urbanos y educación ambiental. Autor de proyectos, programas y leyes ambientales
Quiero arrancar éste artículo con el agradecimiento de poder compartirlo con Sandra Schopf, con su visión del comportamiento
humano en una visión constructivista que está avalada por su dilatada trayectoria europea.
En mi caso, en éste arduo oficio de poner en palabras, el pensamiento crítico (y constructivo) del reclamo de las sociedades, las
necesidades de las minorías, el repensar de nuestras actitudes, el hacer cumplir las promesas y hacer valer los valores por sobre los beneficios económicos y políticos, hace que se restaure los derechos de la gente sin sentirse inhibido de hacerlo. El escenario que nos muestra este planeta, es por demás elocuente: Desigualdad, violencia (de género, racial, verbal), pobreza de todo tipo (económica, moral, espiritual) oportunismo, falta de valores, de oportunidades, de estímulos...de justicia, nos ha puesto sobre la mesa, una pandemia que, mal que nos pese, nos deja una enseñanza imperdible desde muchos puntos de vista.
Nos ha dejado un mensaje ejemplificador: nos ha puesto a todos iguales, nos ha puesto un cable a tierra que nos debería hacer
r reflexionarante esta enfermedad mata a la especie humana...olvidándonos que ellos mismos, produce muerte de diversas maneras a la flora, fauna y al planeta en sí.
Siempre me replantee…” ¿de qué lado de la reja están…los verdaderos animales?” Ponderamos a quien no corresponde, no
valoramos a los que valen la pena, nunca llega el castigo a los verdaderos culpables, justificamos a los que no hacen y cuestionamos a los que hacen. La mala política o industria, se manifiesta, entre otras acciones, presionando subliminalmente desde algunos medios informativos o publicitarios. Las sociedades mediocres, se ponen en evidencia viéndonos como mejoramos nosotros como personas, como cuidamos nuestra gente, nuestra ciudad, nuestros animales, nuestro planeta...sin justificativos, sin echar la culpa a nadie.
El continente americano tiene un potencial altísimo de recursos naturales y humanos. Tiene un solo gran defecto…nosotros
mismos. No se puede generalizar, pero la masividad de los resultados, hace que estemos todos bajo la misma vara. Seguimos buscando un rumbo, que se pueda sostener. Seguimos creyéndonos menos o más que otros. Seguimos padeciendo de gobiernos que se turnan para ver cómo se tapan o maquillan las realidades y los sueños de la gente. Industrias que nos usan como ratas de laboratorio para probar sus productos. De lo “literal” a “la realidad”, hay más distancia que la que nos separa América de Europa. Siempre sostuve, no somos menos que nadie. Somos lo que permitimos.
Europa por su parte, ha vivido otro tipo de experiencias que los ha forjado de otra manera. Aprendieron de las derrotas, pero,
entiendo que superan sus dificultades, con propuestas. Están obligados. Por ejemplo, con los residuos, mientras que en América se toma a los rellenos sanitarios como “la gran solución” en Europa por sus limitaciones geográficas, están obligados a buscar otras alternativas. Tienen ese envidiable respeto a las normas, y a las leyes (que pueden tener sus fisuras) pero que prevalece porque se sabe que nada se parece más a la injusticia…que la justicia fuera de tiempo.
A veces pienso...qué lindo sería que nos respetáramos más, que nos hagamos respetar más, que valoremos más, que nos valoren
más, que pudiéramos crecer, que nos dejen crecer, que podamos entender, que nos entiendan, que entendamos que nuestros derechos no son más ni menos que el que está arriba, al lado o abajo nuestro. No me cabe ninguna duda que tenemos mucho que aprender y creo que éste es el momento. Pese a la dificultad que nos deja el Coronavirus con sus consecuencias económicas, sociales y sanitarias, nos deja un escenario que deberíamos aprovechar para repensar varias cosas: el cambio de conductas, de hábitos, de actitudes, dejó una clara fotografía de lo que se puede hacer para mejorar el aire que respiramos, el agua que necesitamos, los animales que disfrutan lo que nosotros les quitamos. Según como se lo mire, el mundo cambió para mal…y para bien. Falta eso sí, la recomposición de valores sociales y morales, en donde los líderes sean otros a los del presente.
¿Ustedes me entienden no? Claro…que, para eso, habría que replantearse actitud o aptitud…sabiduría o pergamino…beneficio,
aunque no sea económico…entender que podemos aprender del que menos pensamos, que muchas veces el tener más dinero, los hace más pobres, porque es lo único que tienen.
No siempre las masas populares siguen a ídolos que están apoyados por monstruosas campañas de marketing que nosotros
apoyamos. A ellos no los veo en un quirófano. Nos necesitamos todos, y esta pandemia nos hizo acordar. Está en nosotros el poder verlo. De nosotros depende no seguir naturalizando lo obvio.