En esta entrevista, el sacerdote jesuita Carlos G. Vallés cuenta cuáles fueron las enseñanzas que cosechó luego de haber vivido por más de 50 años en
“Hemos olvidado la sabiduría animal, el instinto de los sentidos y el contacto con la naturaleza. Al pensar, perdemos contacto con el cuerpo, con la totalidad; es decir, dejamos de ser.” Con un sosiego inalterable y contagioso -inusualmente contemplado en estos tiempos- dice el sacerdote jesuita español Carlos González Vallés, de 75 años.
Matemático, y autor de numerosos libros sobre espiritualidad, Vallés ingresó a
-¿Cuál fue la primer gran enseñanza que cosechó en
-Al llegar al Oriente -con las categorías aristotélicas occidentales tan de molde, en donde todo pasa por la mente- me encuentro con la historia de un monje zen que viaja a Europa desde el Japón y, al escuchar el famoso: “Pienso, luego existo”, de Descartes, se echa a reír. Y exclama: “Pero si cuando pienso, no existo”. Esto es algo que comencé a aprender allí, “de Suez para allá”, como decimos, y aún lo estoy aprendiendo.
-Algo similar propone Ernesto Sábato al escribir: “Nuestra cultura occidental, desde Sócrates para acá, dio una importancia capital a la razón, olvidando que apenas sirve para la lógica y las matemáticas”.
-Estoy totalmente de acuerdo, siendo matemático como soy. O lo que ha dicho Picasso, con gracia, respecto de las computadoras: “Son inútiles, no sirven más que para dar respuestas lógicas”. Y volvemos a lo mismo: buscamos respuestas que no se corresponden con la totalidad de nuestro ser.
-Sin embargo, vivimos en un mundo hipercompetitivo que valora el raciocinio en forma desmedida
-Algo de eso hay. Empecemos por lo competitivo que define a nuestra sociedad: los exámenes, conseguir el puesto... el compañero de curso es amigo y enemigo: si él gana el puesto lo pierdo yo. Es una realidad tremenda.
-Es el otro o yo, no el otro y yo.
-Eso me recuerda uno de los principios más bellos que aprendí en
-¿Se está refiriendo usted al concepto oriental de desapego?
-Así es. “Soltad las amarras y encontrarás la paz.” El desapego es la gran virtud india. Hacer lo que haga falta, pero con las manos abiertas. El apego implica, en cambio, agarrar, no soltar. Ese es el mayor obstáculo a la felicidad del hombre.
-Cómo definiría al amor: ¿por el apego o el desapego?
-El gran enemigo del amor es el apego. El ser posesivo. Cuando uno siente que lo quieren poseer tiende naturalmente a reaccionar en contra, a separarse. Entonces, uno lucha por la posesión del otro y, el otro, por ser libre. Eso no ocurre cuando en la relación amorosa existe una entrega total y, al mismo tiempo, el espacio de libertad que la otra persona necesita.
-Ahora, esa armonía difícilmente exista si cada miembro de la pareja no ha logrado desarrollar, en primer lugar, su propia autonomía, es decir, responderse a sí mismo, “¿quién soy, cómo soy, qué quiero ser?”, el ancestral “conócete a ti mismo”.
-De acuerdo totalmente. Si no sé quién soy, si estoy en duda, no me puedo abrir a alguien porque voy a tener miedo. Pero en la medida en que uno se sepa y se posea -humildemente, porque siempre estamos descubriéndonos a nosotros mismos-, podrá abrirse. El que está un poquitín más seguro puede adquirir más riesgos.
-Carl Rogers (psicólogo fundador de la terapia de corte humanista más utilizada en la actualidad) sostenía: “Soy lo suficientemente bueno si tan sólo puedo serlo abiertamente”.
-Es una gran postura. Él la llama congruencia, yo diría transparencia, esto es, poder manifestarme tal cual soy. Fritz Perls, otro gran psicólogo, se refiere a Rogers como San Carl Rogers.
-Pero Rogers confesó ser ateo: ¿un santo que no cree en Dios?
-Un dicho sufí reza: “Un santo es santo hasta que se entera de que lo es.” Yo no diría que Rogers era ateo. Se puede no mencionar a Dios por su nombre, no ir a
-En sus libros usted menciona, una y otra vez, la aceptación de los propios sentimientos.
-En forma incondicional. Y a estar dispuesto a descubrirlos, vivir con ellos y hasta decirlos, si uno lo juzga conveniente. Acepta, entiende por dentro, sé transparente. El sentimiento no es ni bueno ni malo. Sentir odio a una persona, en sí, no condena. Otra cosa es dejarse llevar por ello, consentir, fomentar; pero que yo sienta... no hay problema con ello.
-El problema es que nos enseñan a interpretar la realidad en blanco o negro, sin matices.
-Khrishnamurti decía bellamente: “Escucha el deseo de tu corazón, como escuchas el viento entre los árboles”. Al escuchar esas palabras entendí el concepto de libertad responsable. Los deseos están ahí, como el viento entre los árboles: no te dejes llevar por ellos, pero tampoco te culpes por lo que sientes.
-El sentimiento de culpa, casi una constante en la tradición judeocristiana, puede interferir negativamente en el bienestar individual y colectivo.
-Sí. Enormemente. El complejo de culpa, cuando se exagera, hunde y quita esa alegría de ser uno mismo. La culpa puede hacer un daño enorme. Cuenta Albert Ellis, el creador de la terapia racional-emotiva, que la mayoría de sus pacientes consultan, en definitiva, por el complejo de culpa que llevan a cuestas.
-Aristóteles enseñaba que los sentimientos provienen del hígado, el pensamiento del corazón y que el cerebro, un órgano refrigerante, no hace más que enfriar todo ese fuego que circula por la sangre.
-Está en
Datos sobre el entrevistado
Carlos González Vallés nació en España en 1925, ingresó a
Durante varios años vivió como huésped ambulante, mendigando hospitalidad de casa en casa en los barrios pobres de Ahmedabad, lo que le proporcionó un conocimiento directo y una experiencia valiosa del modo de vivir y entender la vida de hindúes, mahometanos, jainistas, budistas, parsis y animistas que se dan cita en esa ciudad cosmopolita. Dicha experiencia enriqueció profundamente su cultura, y le inspiró para escribir libros en inglés y castellano que fomentan, de acuerdo con el Concilio Vaticano II, el encuentro de las culturas.
Actualmente continúa residiendo en
Para recuadro:
-En
-Y levantadas. Hay una leyenda preciosa de un devoto que todos los días le ofrecía cosas a Dios: monedas, frutos, flores... Y Dios no lo aceptaba. Hasta que por fin le preguntó: “Señor, qué es lo que queréis.” Y Dios le respondió: “Lo que quiero no son vuestras manos llenas de cosas, que me impiden verlas, sino vacías y abiertas”.
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