Fuente: Ignacio Escribano
Según el maestro indio Yogananda, el genial Burbak sobrellevaba su fama científica con una modestia comparable a los árboles que inclinan al suelo sus ramajes repletos de frutos maduros.
En 1892, diez años después de haber muerto Charles Darwin y cinco después de la muerte del físico, filósofo y psicólogo alemán Gustav T. Fechner, un catálogo de horticultura de cincuenta y dos páginas titulado New Creations in Fruits and Flowers, que vio la luz en Santa Rosa, California, levantó un revuelo fenomenal en los Estados Unidos.
A diferencia de otras publicaciones semejantes, que no contenían más de media docena de novedades entre los centenares que anunciaban, el flamante catálogo, de un tal Luther Burbank, no mencionaba una sola planta conocida.
Manly P. Hall, fundador de
Años más tarde, Hall escribió lo que Burbank le había dicho al famoso yogui Paramahansa Yogananda sobre su cultivo del cactus sin espinas, procedimiento que le llevó años, durante los cuales no tuvo más remedio que arrancarse al principio de las manos, con alicates, cientos de espinas: “El secreto para mejorar el cultivo de las plantas es, aparte del conocimiento científico, el amor”.
Escribe Yogananda en su autobiografía: “La modestia con la que Burbank sobrellevaba su fama científica me recordaba repetidamente los árboles que inclinan al suelo sus ramajes repletos de frutos maduros; pues es el árbol desnudo el que eleva su cabeza en un alarde hueco”. Y remata el sabio en su libro: “Aun cuando la forma de Burbank yace en Santa Rosa, bajo un cedro del Líbano que él mismo plantó hace años en su jardín, su alma se encuentra para mí en el santuario de todas y cada una de las flores que se abren a lo largo del camino”.
“Mientras llevaba a cabo los experimentos con los cactus -reveló Burbank- hablaba muchas veces con ellos para crear una vibración de amor recíproco. «No tienen nada que temer», les murmuraba. «No necesitan estas espinas defensivas. Yo voy a protegerlos.»”
Gradualmente, la útil planta de los desiertos produjo una variedad sin espinas.
Bella historia. Pensaba que nos pasa lo mismo que a las plantas. Cuando somos criados con amor, que es la contracara del miedo, crecemos sin espinas y nos dejamos que se nos acerquen.
Frente a la belleza de la naturaleza suelo quedarme sin palabras... y admiro la capacidad de poder expresar tanta belleza con tanta simplicidad...sin dudas creo que ése cactus creció sin espinas...
Qué enseñanza tan profunda para todos los cactus de este mundo.
Además me hizo reflexionar sobre las espinas que me pongo y no sé para qué. Me dan ganas de sacármelas todas de encima. Lo voy a hacer. Voy por la pinza.
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