-estar atentos a cuanto les rodea, a los árboles,
al pájaro que canta,
al Sol que está detrás de ustedes;
estar atentos a los rostros, a las sonrisas;
estar atentos a la suciedad del camino,
a la belleza de la tierra,
a la palmera contra el cielo rojo del crepúsculo,
a la onda sobre el agua-, simplemente estar atentos, sin preferencia alguna.
Escuchen a los pájaros, sin nombrarlos,
no reconozcan la especie, sólo escuchen el sonido.
Escuchen los movimientos del propio pensar,
no los controlen, no los moldeen, no digan:
"Esto es bueno, eso es malo".
Simplemente, muévanse con ello.
Eso es la percepción alerta,
en la que no hay opción ni condena ni juicio ni comparación o interpretación;
sólo observación pura.
Eso hace que la mente sea altamente sensible.
En el momento en que nombran, han retrocedido y la mente se embota,
porque eso es lo que acostumbra hacer.
En ese estado de percepción alerta hay atención,
no control ni concentración.
Hay atención.
O sea, escuchan a los pájaros, ven la puesta de sol,
contemplan la quietud de los árboles, oyen pasar los automóviles,
oyen a quien les habla;
y están atentos al significado de las palabras,
a sus propios pensamientos y sentimientos
y al movimiento de esa atención.
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