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SIENDO HUMANOS

¿Por qué elegir estas dos palabras cómo nombre de un blog?
Por que básicamente, para expresar un trabajo ya iniciado, debemos nominarlo. Por ello elegimos SIENDO para mostrar nuestro ser en movimiento, inquieto, abierto, en búsqueda permanente de la Verdad, representando así nuestro ser, nuestro hacer o no hacer, nuestra conducta y sobre todo nuestra actitud ante todo lo que a diario nos toca vivir.Es lo ontológico.Y HUMANOS, esta palabra viene de Humus: Tierra. No sólo hace referencia a la tierra en sí, sino a todo lo que ella representa: la necesidad de un cambio de actitud en el tratamiento al medio ambiente, el proceder de la voluntad humana libre, con advertencia del bien o mal que se hace a la Naturaleza en todas sus manifestaciones.
Si cada mañana, al iniciar el día, lo hacemos SIENDO HUMANOS, nuestra vinculación con el mundo, nuestra interacción con los hombres y el medio ambiente, empezará a hacernos sentir en armonía con nosotros mismos y pero sobre todo..... con los demás.


domingo, 1 de junio de 2008

LA OTRA CARA DEL CORAZÓN

La verdadera epidemia de nuestra cultura no es sólo la afección cardiaca física, sino también la enfermedad emocional del corazón.

Por Ignacio Escribano

“¿Usted cree en el amor?”, le preguntaron una vez a Carl Sagan, célebre científico y escritor. “Bueno, por cierto yo estoy muy enamorado de mi esposa”, respondió Sagan, algo evasivo. “Pero, ¿puede demostrar que el amor existe?”, insistió el periodista, todavía insatisfecho con la respuesta.

“Sí, claro -admitió finalmente el creador de la serie Cosmos-, el amor, al igual que la fe, en su esencia, es muy difícil de probar, lo que no significa que no exista”. Como lo esencial es invisible a los ojos, el amor no necesariamente hace buenas migas con la ciencia.
En una de sus grandes ramas, la medicina, actualmente concentrada casi exclusivamente en los mecanismos físicos del ser humano, observamos un desengaño similar: sus valiosos conocimientos de poco sirven si no se aplican en un contexto bien humanístico.

Consideremos el caso de la enfermedades cardiovasculares, por ejemplo, que está considerada como la principal causa de mortalidad mundial.

El corazón es una bomba de sangre, quién lo duda. Pero ese órgano saltador lejos está de ser una máquina, y sus latidos nada tienen que ver con el tictac del reloj. Su caprichoso ritmo, inconstante, más bien se asocia al misterioso pulso del cuerpo y el espíritu. Por algo hablamos de corazones grandes, cerrados, indiferentes... y, también, de “un tipo de buen corazón”.
Sin embargo, en la base de datos de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, de los más de nueve millones de artículos publicados entre 1966 y 1997 bajo la entrada “humano”, “corazón” y “amor”, sólo dos se ocupan de la relación entre este último y las enfermedades cardíacas. ¡Sólo dos!

Para Dean Ornish, graduado en la Universidad de Harvard y fundador del Instituto de Medicina Preventiva de Sausalito, California, la verdadera epidemia que castiga nuestra cultura no es sólo la afección cardíaca física, sino también la enfermedad emocional del corazón. Es decir, la profunda sensación de aislamiento y depresión perpetuados por el deterioro de las estructuras sociales que brindaban sentido de conexión y comunidad.
“Esa es la raíz de la enfermedad: la desconfianza y la violencia de la sociedad actual”, asegura Ornish en su libro “Amar y sobrevivir” (Love and survival).

Sabemos que dejar de fumar, realizar ejercicios y adoptar una dieta de bajo tenor graso agregan un buen puñado de años a la expectativa de vida; pero vivir más no resulta una gran motivación para quienes se ahogan en la tristeza desolador

“Aunque la incorporación de esos hábitos es fundamental, la intervención más influyente en la salud es, por lejos, el poder curativo del amor y las relaciones afectivas, junto con la transformación espiritual que a menudo traen aparejados -comenta Ornish en su libro-. Después de años de trabajo he descubierto que cuando uno comienza a abrir su corazón espiritual, a menudo le sigue el corazón físico: los bloqueos coronarios disminuyen y el flujo de sangre se intensifica.”

Si una nueva droga ejerciera la misma repercusión, todos los médicos se empecinarían en recomendarla; es más, sería antiético no hacerlo.
Si somos seres necesitados de tocar y de sentir, ¿por qué esas ideas son prácticamente ignoradas, y hasta denigradas, por la ciencia?

En el mundo existe una inmensa sensación de vacío y desamparo. La soledad duele. Empero, la mayoría de los médicos no están capacitados para utilizar el sufrimiento como medio de acceso a la transformación. El dolor es interpretado como un enemigo y, por ende, hay que matarlo. “No es que no debamos combatirlo -dice Ornish- pero el dolor, un mensajero, está allí por algo. Hay que aprender a escuchar lo que nos dice”.

Hoy, existen múltiples formas de evitar ese dolor... temporalmente.
Al igual que “El caballero de la armadura oxidada”, de la obra de Fisher, construimos una coraza con la ilusión de protegernos, olvidando que las mismas defensas emocionales pueden aislarnos si permanecen inquebrantables.

Ahora, ¿por qué nos es tan difícil ser sensibles con los demás y darnos cuenta de que aquello que parece lo más débil -el amor, la compasión, la ternura- es en realidad lo más poderoso de nuestro ser?

Tras la controvertida elección de la revista Time , que destacó a Albert Einstein como la personalidad del siglo (casi gana Hittler), la identidad del siglo XX se destacará acaso por la física, mientras que a aquel genial científico alemán lo recordaremos por sus descubrimientos y su cerebro superlativo.
Pero Einstein también desarrolló, tal vez para guiarnos al atravesar en tiempo y espacio este nuevo siglo que recién comienza, una idea de extraordinario valor.
Propongo que no la dejemos caer en los hondos desfiladeros del olvido, y la recordemos aún más que a su famosa fórmula, E =­ mc2, que repetimos casi sin saber qué significa:

“Un ser humano es una parte del todo que denominamos universo. Se experimenta a sí mismo como algo separado del resto: una suerte de ilusión óptica de su conciencia que nos restringe a nuestros deseos personales y a sentir afecto sólo por las pocas personas que tenemos cerca. Nuestra tarea debe consistir en liberarnos de esa prisión ampliando nuestro círculo de compasión para abrazar a todos los seres vivientes y toda la naturaleza”.

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